A Iván, por si alguna
vez caes del cielo.
Hace un par de noches, justo
cuando uno de mis sueños llegaba a lo que parecía un final, una fuerte brisa
transparente me despertó. Noté como había algo a los pies de mi cama, algo
entre luminoso y apagado que no se había decidido a ser pesado o no. Después de
incorporarme y arrodillarme sobre las sabanas, acerqué mi cara curiosa y calvé
los ojos sobre aquella presencia mientras me arrimaba un poco más. Lentamente,
muy lentamente... Un poco más... todavía un poco más... Desprendía una calidez
agradable que se podía tocar con las manos, olía a hierba fresca, a libro
viejo, a taza de chocolate caliente, a... Y, de repente, estalló
silenciosamente dejando caer de su interior una luz blanquecina y ligera. La
recogí entre mis manos, la contemplé y analicé, intentaba ver lo que había en
ella. En un parpadeo, todo su resplandor se volatilizó y un polvo más claro aún
me cegó un instante.
Al volver de la oscuridad de esa
invidencia, vi cómo se encendían mil estrellas en el techo negro y percibí,
como si se tratara de una intuición, que faltaba una.
Guardo en una caja todo
lo que cae del cielo.
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