Vaya, por ahí viene. Lleva esa
chaqueta que me gusta y sus bambas favoritas, combinan perfectamente con esa
sonrisa. «Hola, pequeña» y me da un beso en la mejilla, como hace siempre.
¿Qué hace mirándome así? Nunca me mira así. ¿Qué ha cambiado en estas últimas
horas? Me ha agarrado la mano con fuerza y justo ahora puedo oír el retorno de
las olas cerca de la playa. Intento distraerme mientras caminamos hasta la
entrada del teatro: me imagino que cuando salgamos el cielo ya estará lleno de
estrellas. ¿Habrá luna? Será genial si nos la encontramos de repente, como por
sorpresa. ¡Uy! No me acordaba que en esta esquina se pone ese hombre con su
guitarra para entretener a la gente que pasa. A veces se gana algunas monedas y
se las guarda en el calcetín. La chica de las entradas parece sacada de uno de
esos grupos de rock con chicos melenudos tocando la batería. «Dos, por favor».
Qué educado, cuando se pone así la voz se les vuelve aterciopelada y un poco
más grave y oscura. Le pasa algo parecido cuando recita esos poemas que escribe
por las noches, es como si sus palabras tuvieran una especie de resplandor
único. Aún no me ha dicho nada, ¿a qué está esperando? Menos mal, hemos llegado
pronto y no hay mucha cola. Me quedo mirando nuestros pies, sus bambas favoritas
que ya había reconocido antes y mis botas con los cordones medio desatados. El
bolsillo del pantalón ha vibrado un momento, debe ser un mensaje de mamá para
contarme como van sus vacaciones. «Hola, cariño. Hoy hemos probado el helado de
pistacho, mira qué pinta». Me echo a reír, ese helado tiene que estar
asqueroso, ni siquiera tiene el color de los pistachos. «¿Qué te parece? Le
puedo decir a mi madre que te traiga un poco». Su cara de repelús responde por
él, odia los pistachos y lo sé, es solo otro entretenimiento para pasar el rato
hasta que nos toque entrar. Ahora que tengo el teléfono en la mano, voy a
pararlo antes de guardarlo, odio saber que está encendido mientras disfruto de
una obra. Detrás se han colado dos señores en corbata que hablan de política.
Me encanta su cara de concentrado. Este juego me empieza a parecer aburrido,
pero no puedo perderme sus expresiones al intentar memorizar lo que escucha.
Siempre gana, recuerda tantas cosas que a veces es capaz de recrear
conversaciones enteras él solo. Como aquella vez en la panadería con la
conversación sobre las fresas, eso fue divertido. Vaya, me he perdido el
momento en que se ha dado cuenta que no entendía nada y ha dejado de darle
importancia. Tal vez ha visto que yo no le ponía atención y ha dejado de jugar.
Buf, ya pasado mucho tiempo y seguimos aquí. Incluso ese gato de ahí se ha
movido más que nosotros. Es mono, se parece al gato de mi tía, siempre cuelga
fotos suyas en internet diciendo que es el mejor gato del mundo. ¡Por fin! Con
el frío que empezaba a hacer fuera se agradece este aire calentito del pasillo.
«Hoy he leído una palabra muy rara y he pensado que podías coleccionarla con
las otras». Pues venga, con la ilusión que me hacen a mí las palabras raras.
«Zurcefrenillos». ¿Y eso qué es? Tal vez sea un instrumento médico o… «Es un
insulto, pero aún no lo había oído nunca». Vaya hombre, un insulto… Pero hay
que reconocer que tiene su gracia, zurcefrenillos… Zurcefrenillos… «Es de esas palabras que cuando las
repites parece que las dices mal». ¡Uy! Lo he dicho en voz alta. Nunca pierde
oportunidad para reírse de mí. Ya sé que no lo hace para ofenderme, siempre
dice que le hacen gracia mis ocurrencias y añade «nuestra amistad no sería
igual sin ellas». Estos asientos son tan cómodos… Amistad, siempre que sale de su boca me parece una
palabra infinita, y nunca sé si eso me gusta. Pero ya me conozco, tiendo a
procrastinar decisiones como esa. Es curioso, no me había fijado nunca que para
mí la palabra soledad es una pincelada de
oportunidades. Qué caos tan dulce, se lo contaré a él cuando salgamos. La obra
empieza y aún no me ha contado nada sobre lo que ocurre. En el instante de
oscuridad de la sala parece que el reposabrazos de nuestros asientos se separa
a una distancia incomprensible. Creo que tendré que esperar a que se enciendan
las luces de nuevo para saber qué esconde en sus ojos esta vez.
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